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15 de diciembre de 2016

La noche va bien: un par de cervezas que se nos acaban subiendo, la risa tonta apurando los últimos tragos, tus manos acariciando mi espalda como quien no quiere la cosa y la mirada cómplice que nos dice que acabaremos otra vez en tu cama.
Y si a mí me da por salir a tomar el aire, me sigues como un perro de caza siguiendo la presa, buscando un momento en soledad para acercarte a mis labios más de lo que, aparentemente, no solemos aproximarnos. Pero siempre con cautela, dejando un marco legal a mi imaginación para dejarme con ganas de que pases la lengua sobre mi cuerpo.
Y por decirme que soy un demonio con cara de niña buena, te deleito con una mirada de inocencia cargada de mentira, torciendo la cabeza y mordiéndome los labios despacio. Entonces te ríes y niegas con la cabeza, y yo sonrío con los ojos puestos debajo de tu ropa, encendiendo cada una de mis venas y arterias sólo por el deseo de tocarte.
Así que decido molestarte hasta que no puedas más y entro en el bar cuidando de que observes cada uno de mis movimientos: sentarme en una silla al revés como si actuase en un espectáculo, pasar los dedos por mi boca como por descuido, caminar despacio para que el vaivén de caderas sea más visual, aletear las pestañas como alas de mariposa mientras me paso las manos por el pelo, sentarme del derechas y jugar a cruzar y descruzar las piernas, echarme hacia delante cada vez que tengo que dirigirte la palabra, girar los colgantes entre los dedos y tirar de ellos para que la cuerda me oprima el cuello.
Que aunque haces como si nada pasase, al fondo de tus pupilas se asoma el deseo de desvestirme sin cuidado, y sólo por eso, remato la tortura haciendo un gesto con el dedo para que te acerques cuando no mira nadie, y luego me levanto con parsimonia sin dejar de mirarte para esconderme en el baño.
En menos de medio minuto, te tengo enfrente atrapándome entre tu cuerpo y la pared, llevando tus manos a mis muñecas y alzándolas justo encima de mi cabeza. Entonces esta vez soy yo la que se ríe, con la diferencia de que yo sigo ejecutando un papel, y tratas de besarme violentamente pero me aparto justo en la forma que mi cuello queda descubierto como un blanco azaroso.
Entonces suspiras y me propones irnos a tomar la última cerveza a otra parte, a lo que yo accedo sabiendo que esa cerveza tendrá lugar en el salón y los últimos tragos los apuraremos en el pasillo.
Luego de despedirnos fingiendo que nos vamos a dormir -cosa cierta porque en algún momento habrá que hacerlo-, salimos con la clara intención de llegar hasta tu portal, no sin antes hacernos los locos y mencionar un montón de lugares donde podríamos tomarnos una cerveza -pero no vamos a pisar-. Sin decir nada, manteniendo una conversación animada y trivial cuidando no equivocarnos de dirección, nos encontramos esperando a que saques las llaves para subir arriba y divertirnos un rato.
Y yo me pregunto qué tendrán los ascensores, porque en cuanto se cierran las puertas me giras hacia ti e introduces tu lengua en mi boca, moviéndola de forma experta para dejarme exhausta durante los breves segundos que tardamos en llegar hasta la puerta.
Para qué decir entonces más: conozco de sobra cuántos pasos tengo que dar hasta tu habitación y el margen de cinco minutos de rigor para que prepares todo con lo que se te ocurra marcarme la piel. Y aunque sé que no te gusta demasiado, comienzo un cigarro a mitad del intervalo para que me sorprendas con él en la boca y pueda acercarme a soplarte todo el humo en la garganta, como una niña haciendo travesuras. La verdad que nunca me dejas entretenerme mucho y llevas prisa siempre por ver qué llevo hoy puesto y cómo quitarlo. Tampoco me quejo mientras me des mis minutos de gloria para torturarte, y sabiendo que me permites hacer todo lo que quiera contigo, está de más abrir la boca para quejarse en lugar de para morderte el pecho.
-BlueMidnight

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