Translate

31 de diciembre de 2016

Doma

Éxtasis encapsulado
en un principio que se adelanta al final.
De cometido estimulante, sacudida eléctrica
en un cuerpo antaño frío y banal.
Ahora hogar de pasión ecléctica.

María se estremece,
y, por qué no, humea de puro vapor embriagador
al embestir y destruir, para reconstruir
el deseo del cuerpo que apunta a su tocador.
Para romper la barrera y sus curvas abrir.

éL Se Desboca
como perro mal montado, pero a golpe seco
y tirón de pelo, vuelve a su lugar.
Y se estremece, en un placer obsceno,
prohibido a quien no ose jugar.

Cocaína líquida
y fluido de amores, que salta a borbotones
entre piernas peludas y sin depilar.
Recoge su blusa y ni abrocha los botones,
se recuesta en la pared y se pone a fumar.

"Mañana, minifalda y tacones",
susurra en orgasmáticos temblores.
Y él, confuso, solo pregunta "¿Tú?"
Con sonrisa la respuesta: "no, tú"

30 de diciembre de 2016

Llámame esta noche, que te quiero ver.
A ti fumando en la ventana o a tus dedos bailando por encima de mi entrepierna.
Da igual.
No dejas de ser tú, despeinada con una camiseta tres tallas por encima, paseándote semidesnuda por delante de mis ojos como una exhibicionista. Tus vecinos lo saben, mi lujuria también.
Llámame, que me comen los nervios y el aburrimiento, tengo una cajetilla a medias y ya no recuerdo bien cómo provocarte un orgasmo con la lengua. La verdad que esto de estar tantos días sin verse desentrena los músculos... Ya no sé si mis piernas van a abrirse tanto como para hacer un ángulo de ciento ochenta grados, ni si tus dedos se siguen moviendo con tanta rapidez.
Bueno, seguro que tú no estás tan desentrenada, que te habrás paseado por otras habitaciones con el mismo movimiento felino con el que te encaramas sobre mi pecho y me arañas la piel. Y aunque no lo hicieses, qué más da; parece que tienes un don natural para esto.
Pocas veces he visto esa forma de recorrer un cuerpo con tu destreza, sabiendo los puntos exactos que consiguen que el otro arquee la espalda y pida más con los ojos. ¿Cuántas veces me habrás contado entre risas que más de una vez, y más de una persona, te han pedido que tomes el control?
Yo desde luego que te dejaría, ya lo sabes. A mí dame un par de respiros y hacemos todo lo que quieras. Puedes ser todo lo fiera que te apetezca, que ya me las ingeniaré para adaptarme a tu forma de hacer las cosas. Total, no tengo nada que perder. ¿Qué supone un poco de sangre, un par de cervezas y casi toda mi energía si lo compensas con tres orgasmos consecutivos? Nada.
Venga, llámame, que acabaremos en la cama aunque todo comience en el sofá.
Se te escapará -como siempre- un mordisco más sensual de lo establecido y, como no sé frenarte la boca si no es con la mía, conseguirás que mi cuerpo y mente trabajen a tu favor. El resto ya lo sabes: comenzaré por quitarte la poca ropa con furia, me enredarás con tus piernas y tu lengua, caeremos en la costumbre de excitarnos como nunca y tu culo en forma de corazón será el incentivo para correr tras de ti por el pasillo. Te tumbarás con fingida inocencia sobre la cama y, apuntando hacia ti, me desharé en suspiros y jadeos cuando te subas encima y trates de arañarme el corazón. Buscaré la forma de que tu complejo de amazona sucumba a mis encantos autoritarios y follaremos como si no hubiese un mañana; y cuando el sol nos descubra, echaremos las cortinas y nos enroscaremos como si fuésemos amantes que arriesgan sentimientos, restando importancia a que quizá tú ya no estés al despertar o finjas no conocerme cuando nos encontremos en la cocina en busca de café.
Solo.

Broca roma (pacto de caballeros)

Broca roma
que en él penetra con suavidad
en dulce y longevo deslizar
de carne en sus entrañas.

Broca roma
entre puertas entreabiertas,
manos y rodillas a cubierta
de colchón bajo las sábanas.

Broca roma
y manos afiladas que son
garras de insaciable predador
él presa delicada, entre embestidas.

Embestidas revestidas en plástico,
en trance de sacudida y temblor.
Embestidas bravas de un ser elástico
pronto presa a la par que cazador.

Desliz sobre el colchón y cara a la almohada.
Gemidos ahogados de noche estrellada.

Y fin en la constelación de la vía láctea
O fin juguetón de dos almas que pactan.

29 de diciembre de 2016

Entre beso y beso, que siempre empiezan dulces y aparentemente frágiles, se nos acaba colando la lengua ansiosa de investigar cómo hemos amanecido. Y a la lengua la siguen los mordiscos, suaves abrir y cerrar de bocas que claman sangre a borbotones, aunque no se rompa la piel.
Y en medio de enredos de lenguas y danzas de mordiscos, nos encontramos deseando arrancarnos la ropa con frenesí, haciendo desfilar las manos por las curvas del cuerpo. Primero lento, como con cuidado, tratando de no rompernos por la fuerza del deseo; luego rápido, deslizándose como agua hasta los saltos en los puntos erógenos. Y como tal elemento, traspasan el tejido que nos separa del contacto directo con el contrario, precipitándonos a destapar el conjunto de huesos esculpidos en cálido mármol.
La ropa cae al suelo como hojas de árboles caducos, erguidos con firmeza sobre la tierra que les sustenta. Brazos y piernas se entrelazan como ramas y compartimos savia blanca en las oquedades del tronco, huecos donde el otro puede quedarse a vivir.
Mi voz rompe el crujir de sábanas y el chasquido de tus besos al quebrarse, tus manos buscan el horizonte curvo de mi espalda y lo recorren fascinadas durante segundos que se hacen eternos.
Ruedas por el colchón que tenemos tendencia a empequeñecer y tiras de mí hacia tu superficie para que bañe tu cuerpo con excesos, esperando encontrar el placentero dolor de mis uñas y dientes. Aprovechas el descanso y me miras largamente entre la oscuridad, provocando un movimiento de caderas que fluye como una onda sonora y enciende una a una mis alarmas propioceptivas.
Hay que ver lo que te gusta encenderme cuando podríamos apagarnos dando rienda suelta al hielo que cubre sentimientos. Lo que te gusta pedirme que me abra de piernas y deslice las manos por todo mi cuerpo. Lo que te gusta que clave los dedos en la piel a expensas del dolor y tire de ella como si pudiese despegarse. Lo que te gusta que me mueva felina sobre tu pecho y contorsionista sobre tu boca. Lo que te gusta que te provoque despeinándome entera y abriendo los labios entrecortadamente. Y lo que te gusta llamarme tuya, aún sabiendo que a veces ni siquiera respondo ante mí misma.
Entonces yo pongo teatralmente esa carita de ángel enfadada por haberte excedido, pero que funciona para romperte.
Los vaqueros.
Y llevas una mano a mi cuello mientras me miras con suficiencia, como diciendo entre líneas: Di ahora que no, que no eres mía, que no te tengo.
Y sólo por joderte un rato más, en lugar de zafarme de tus dedos oprimiendo mi tráquea, entrecierro los ojos y río falta de aliento, llegando a pasarme la lengua por el labio superior lentamente.
Y tú te cabreas, porque estabas esperando a que respirase profundamente y tratase de soltarme y, en lugar de eso, te estoy enfrentando directamente.
Y no sé si hay más ira o excitación en tu cuerpo, porque tus ojos me miran con vicio y pretenden reducirme a cenizas, todo a la vez, pero no negaré ahora mi tendencia suicida de arder en tus infiernos cubierta de gasolina.
Que, joder, tú sí que sabes como funciona la dinámica del fuego.
-BlueMidnight
Cierro los ojos y, cuando los abro, ya no estoy donde me había quedado.
Un pasillo ante mí, y colgando de tu mano, mi mano.
Al verte ante mí -tu cabello, tu espalda- no puedo evitar sorprenderme pues apenas hemos hablado, cruzado un par de palabras sin sentido, y hacía años que ni eso.
Al fin paramos, y ante nosotros, la puerta de una habitación de hotel. Pienso que es demasiado típico, o quizá tópico, pero no digo nada porque de mis labios no quieren brotar las palabras, sino inexplicablemente los besos de los cuales no esperaba que fueses su diana.
Cual mago que desvela una carta, sacas la llave, abres y me arrastras a lo desconocido. Mientras tú te preparas, si es que hay algo que preparar, yo huyo al baño como quien no quiere la cosa, tratando de entender qué está pasando. Nada de lo que se me viene a la mente tiene el más mínimo sentido con lo que parece que va a suceder de un momento a otro. Esta confusión hace que todo empiece a temblar, o quizá eres tú empezando sin mí la jugada previa a la maestra, apenas a una puerta de distancia. Lo único que sé, y que temo, es lo que siento, que no tiene nada que ver con nosotros, o con todo esto, pero que simplemente se remueve por mi interior como si de algo vivo y ajeno se tratase.
Siento tus pasos acercándose y un leve toque de nudillos a modo de interrogación acariciando el anverso de la puerta. Abro el grifo para disimular, o quizá para que no oigas mis dientes rechinando, y suspiro fuertemente en un intento de calmarme para poder pensar con claridad. Siento que, si abro la puerta, la necesidad de rozar tu piel con mi piel va a hacer que me sea imposible escabullirme, por lo que hiperventilo de tal forma que un par de lágrimas nerviosas se deslizan, arruinando mi ya desgastado maquillaje. Tus dedos vuelven a palpar el escudo de contrachapado que me protege débilmente de ti, esta vez intentando alcanzarme, pues puedo sentir tu acrecentada impaciencia en tu agitada respiración.
Ya no hay vuelta atrás. Quiera o no, tengo que abrir, aunque sea para encontrar una respuesta a todo esto. Tu mirada me desnuda cuando pretendo rehuirla y me atraes hacia ti como si fuese un juguete en los brazos de un niño. Tratas de empezar a desvestirme dulcemente, pero al observar mi resistencia, tus manos se vuelven toscas y la ropa empieza a microdesgarrarse, como una parte de mi alma por cada segundo que continúo aquí. Te quitas la camiseta con una sonrisa que pretende darme confianza, pero que a mí sólo me recuerda al Joker. Tus labios se lanzan a la aventura de mi cuerpo mientras los míos parecen pegados por el más poderoso pegamento.
No lo aguanto más y, a la vez que suelto un grito, mis manos atrapan tus muñecas y cesa todo movimiento. A duras penas, me pongo de pie buscando la salida mientras evito cruzar nuestros ojos, pues la confusión ahora está en ellos. Te empujo contra la cama, agarro precipitadamente mis cosas y salgo corriendo sin mirar atrás. Oigo a lo lejos tus palabras de reclamo, pero ya no estoy en ese lugar, y tú sólo eres un sueño. ¿Malo, bueno? Quién sabe. Hasta el momento, nadie ha clasificado aquello que deja como escarpias todo el vello de tu cuerpo.
                                   

Jadeo, latido

Jadeo, latido.
Golpe de pecho por dentro y por fuera,
agitar de caderas al compás de bombo acelerado.
Vaivén de arco de violín, ruptura fiera.

Jadeo, latido.
Y cambio de ritmo y sudores de porcelana
sobre pieles depiladas, cuerpos suaves y deseosos.
Vaivén de barco junto a empañada ventana.

Jadeo, latido.
Explosión dolorida, tercera de esta noche.
De esta, de otras y de cada noche que se precie.
Vaivén de péndulo dorado y vete al coche.

Suspiro, a solas.
Y cigarrillo humeante en mano temblorosa.
Ella se ha ido sola, calle abajo, mientras
en la ventana observa su manera cadenciosa
de caminar, menear, taconear en las aceras.

Sesenta, y no menos, euros más pobre.
Desperdicio, sin más, de dignidad
que escapa sobre tacones y se pierde
de nuevo entre la oscuridad.

22 de diciembre de 2016

Solemos ser tan precisas que rara vez podemos llamarnos fortuna o casualidad, aunque tampoco nos guste definirnos demasiado, por eso de que no queremos limitarnos y así podemos ser cualquier cosa: amantes, compañeras, desconocidas con costumbre de follarse, animales en celo, sin celos, sinceras.
Si precisión nos fuese inherente, de seguro no podrían ser tus pantalones o mis bragas, porque esas tienen la costumbre de terminar en el suelo sin darse apenas cuenta.
Precisión tendría que ser algo así como tus manos bailando por mi espalda, mis dientes maltratando tu piel o nuestras lenguas conjugándose al mismo tiempo. Aunque a veces nuestra precisión no se ajusta a la realidad del resto, porque nosotras vemos por debajo de la ropa, escuchamos los colores y nos comunicamos mediante orgasmos.
Y por eso, hoy el parte meteorológico se ha confundido: tú has visto que daban nubes y claros, pero yo te aseguro que va a llover, que esta noche la luna se reflejará allí donde se nos moje la piel.
Tenemos las ideas bien claras y no confiamos en que nos llamen abstractas sólo por no concretarnos. Podríamos ser tan abstractas que utilizaríamos números y cifras y seguiríamos siendo comprensibles. ¿O acaso no da más que diga que te voy a poner a cuatro o a cien?
Te vas a correr entre mis piernas igual de forma hechizante y, para eso, no necesitamos querernos hasta el punto donde no puedes imaginarme con nadie más; basta sólo un poco de tiempo y entusiasmo, mis ganas de decirte que estás preciosa con tu mítica chupa de cuero, y cuando la chupas también, que se te ponen unos ojitos que encienden hasta el puto infierno.
Y así, hacerte imaginar que harías cualquier cosa que te pidiese sin importar lo perversas que lleguen a ser mis ideas. Quién sabe si quizá, en silencio, pronuncias esas palabras mientras deseas comerme por completa, insistiendo en hacerme enloquecer entre gemido y gemido ensordecedor.
No será por nuestra ninguna falta de costumbre de buscarnos a todas horas para meternos mano y mordernos tan fuerte que nos arrancamos a tiras la piel. Joder, ya estoy queriendo verte otra vez. ¿Me estás leyendo? Llámame y decidimos la hora y lugar de nuestro próximo encuentro.
-BlueMidnight

15 de diciembre de 2016

La noche va bien: un par de cervezas que se nos acaban subiendo, la risa tonta apurando los últimos tragos, tus manos acariciando mi espalda como quien no quiere la cosa y la mirada cómplice que nos dice que acabaremos otra vez en tu cama.
Y si a mí me da por salir a tomar el aire, me sigues como un perro de caza siguiendo la presa, buscando un momento en soledad para acercarte a mis labios más de lo que, aparentemente, no solemos aproximarnos. Pero siempre con cautela, dejando un marco legal a mi imaginación para dejarme con ganas de que pases la lengua sobre mi cuerpo.
Y por decirme que soy un demonio con cara de niña buena, te deleito con una mirada de inocencia cargada de mentira, torciendo la cabeza y mordiéndome los labios despacio. Entonces te ríes y niegas con la cabeza, y yo sonrío con los ojos puestos debajo de tu ropa, encendiendo cada una de mis venas y arterias sólo por el deseo de tocarte.
Así que decido molestarte hasta que no puedas más y entro en el bar cuidando de que observes cada uno de mis movimientos: sentarme en una silla al revés como si actuase en un espectáculo, pasar los dedos por mi boca como por descuido, caminar despacio para que el vaivén de caderas sea más visual, aletear las pestañas como alas de mariposa mientras me paso las manos por el pelo, sentarme del derechas y jugar a cruzar y descruzar las piernas, echarme hacia delante cada vez que tengo que dirigirte la palabra, girar los colgantes entre los dedos y tirar de ellos para que la cuerda me oprima el cuello.
Que aunque haces como si nada pasase, al fondo de tus pupilas se asoma el deseo de desvestirme sin cuidado, y sólo por eso, remato la tortura haciendo un gesto con el dedo para que te acerques cuando no mira nadie, y luego me levanto con parsimonia sin dejar de mirarte para esconderme en el baño.
En menos de medio minuto, te tengo enfrente atrapándome entre tu cuerpo y la pared, llevando tus manos a mis muñecas y alzándolas justo encima de mi cabeza. Entonces esta vez soy yo la que se ríe, con la diferencia de que yo sigo ejecutando un papel, y tratas de besarme violentamente pero me aparto justo en la forma que mi cuello queda descubierto como un blanco azaroso.
Entonces suspiras y me propones irnos a tomar la última cerveza a otra parte, a lo que yo accedo sabiendo que esa cerveza tendrá lugar en el salón y los últimos tragos los apuraremos en el pasillo.
Luego de despedirnos fingiendo que nos vamos a dormir -cosa cierta porque en algún momento habrá que hacerlo-, salimos con la clara intención de llegar hasta tu portal, no sin antes hacernos los locos y mencionar un montón de lugares donde podríamos tomarnos una cerveza -pero no vamos a pisar-. Sin decir nada, manteniendo una conversación animada y trivial cuidando no equivocarnos de dirección, nos encontramos esperando a que saques las llaves para subir arriba y divertirnos un rato.
Y yo me pregunto qué tendrán los ascensores, porque en cuanto se cierran las puertas me giras hacia ti e introduces tu lengua en mi boca, moviéndola de forma experta para dejarme exhausta durante los breves segundos que tardamos en llegar hasta la puerta.
Para qué decir entonces más: conozco de sobra cuántos pasos tengo que dar hasta tu habitación y el margen de cinco minutos de rigor para que prepares todo con lo que se te ocurra marcarme la piel. Y aunque sé que no te gusta demasiado, comienzo un cigarro a mitad del intervalo para que me sorprendas con él en la boca y pueda acercarme a soplarte todo el humo en la garganta, como una niña haciendo travesuras. La verdad que nunca me dejas entretenerme mucho y llevas prisa siempre por ver qué llevo hoy puesto y cómo quitarlo. Tampoco me quejo mientras me des mis minutos de gloria para torturarte, y sabiendo que me permites hacer todo lo que quiera contigo, está de más abrir la boca para quejarse en lugar de para morderte el pecho.
-BlueMidnight

30 de noviembre de 2016

Me besaste los labios con cariño, haciéndome tiritar entre placer y agonía, pues tienes la maldita y bella costumbre de electrizarme.
Y seguiste dando besos y besos, por las comisuras y por donde te apetecía, en verdad.
Y yo, mientras, me mordía de placer al tiempo que me mirabas con hambre en las pupilas, pidiendo más.
Tanto pedías que acabé por acomodarme mientras tú me separabas, introduciendo experto tu lengua en esa cavidad húmeda y cálida.
¡Qué locura, qué movimiento!
Abandonada a la propiocepción de mi cuerpo convulsionándose, imaginando mundos de maravilla y pesadilla.
Arriba, abajo, dentro, fuera.
Ciclo interminable de espasmos bien llevados que, lejos de ser azarosos, me envolvían en una sensación de éxtasis infinito.
En el punto clave, fuiste directo a tocarme la campanilla, momento en que arqueé la espalda como un gato y gesticulé de tal forma que te apartaste para observar tal escena.
Yo, con los ojos abiertos como persianas a la aurora, con la boca entreabierta inspirando todo el oxígeno que me permitían mis pulmones, con el cuerpo dispuesto a la merced de donde me llevase tu pasión desenfrenada, estaba petrificada en medio del vacío.
Tan sólo unos segundos después, justo cuando sonreíste como un lobo, la ley de la gravedad tiró hacia el centro de la Tierra de mí, devolviéndome a un estado de cierre y relajación externo.
Decidiste entonces seguir, volviendo a pasar la lengua sobre mí y haciéndome desearte una sádica tortura.
Una y otra vez: dentro, fuera, arriba, abajo.
Ataques viperinos desprogramados de cualquier expresión negativa, que no oscura.
La oscuridad nos tenía atrapados entre la piel y el alma, agarrados por el cuello contra lo sólido y lo líquido que nos materializaba mientras el vapor se nos iba escapando contra las ventanas.
Mas ayudabas al potente músculo con las caricias interminables de tus manos, frías en contraste con el infierno que sentía arder en mí, las cuales coronan en unos dedos que se deslizaban hábiles y delicados.
Izquierda, derecha, ascensión, presión, descenso, giro interno a doble e incluso triple apéndice.
Decir que estaba drogada se quedaba corto en base a la consciencia a la que me remitías, pero se acercaba a distancias verdaderamente peligrosas por sentirme con ese mono de más, como quien consume hachís y tontea con la heroína.
Porque ese movimiento tan decidido y enérgico me convertía en líquido con sabor a hierro y sal, todo por la jodida expectación que causaban tus labios ansiosos de derretirme.
Me disponía a sincerarme con tus manos cuando decidiste desquitarte en un súbito mordisco lleno de fiereza. Y maldije el tigre que llevas dentro y tengo tendencia a liberar, aún cuando encontré la gloria en arañazos y mordiscos sin medida.
Qué deleite físico y que metástasis mental, qué conjunto más devastador me llevaba a mojarme sin que la lluvia me tocase con su gota a gota, a ser presa de la locura por una cuerda de pies a cabeza.
Ni el mejor kinbaku me hubiese dejado tan inutilizada e impotente ante el placer instintivo que me estaba llevando a explorar la mañana, y a ti a explorarme insistente por dentro.
Y yo sólo quería más -como tú-, y te pedía entre suspiro y gemido que terminases el cruel juego al que me estabas sometiendo.
Tú, por concederme el capricho, golpeaste certero en un último movimiento que me arrancó de un estado terrenal hacia Oniria donde el fuego se convertía en agua.
Entonces exploté.
Caí rendida entre tus manos y tu boca y te miré largamente, con los ojos teñidos de lujuria, sopesando si destruirte me convenía.
Y te besé.
-BlueMidnight