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20 de febrero de 2017

Despierto entre sudor frío. La noche ha sido movidita mientras dormía, al parecer. Miro el móvil y me entran mil notificaciones que me importan más bien poco. Me interesa más la llamada perdida que tengo de ti.
Me armo de valor y al tercer pitido descuelgas.
-Te echaba de menos- dices justificándote. -Hace ya un par de días que no nos vemos- confirmo yo. -Deberíamos ponerle remedio- propones entre risas. -¿Nos vemos en un rato?- pregunto retóricamente. -Venga, vamos hablando- sentencias.
Y cortamos la llamada; me quedo con ganas de preguntarte algo más de tu vida, del fin de semana, de cómo has amanecido hoy y si quieres despertarte conmigo mañana.
Suspiro por mi silencio interpuesto por convenio y me revuelvo entre las sábanas. Si no hay nadie para compartirlas, las siento frías y cortantes.
Me pesa la cabeza de dormir poco, mal y con resaca que se resiste a terminar. Si me hubiese despertado con alguien al lado, me sentiría menos despojo, pero no siempre se tiene lo que se quiere.
Arrastro mi cuerpo fuera de la cama y voy hacia la ducha, con pies de pluma y plomo, a paso lento y decidido. Retiro la poca ropa que cubre mi cuerpo y me deshago de las cuerdas alrededor de mis muñecas. Libre de toda carga, me interno bajo el chorro de agua caliente y dejo que destense mis músculos desde la cerviz hasta la planta, apoyando las palmas de las manos en la pared y dejando caer la cabeza hacia el vacío.
En mi hábito de reflexión, me vienen fogonazos de recuerdos donde tú, en ese íntimo espacio, tienes el protagonismo y yo quedo eclipsada por tu presencia.
Cómo no recordar el agua deslizándose por tu níveo cuello hasta el suelo, pasando por encima de tu pecho que se extiende ante mis ojos como un mapa del abismo. Cómo olvidar tus manos deslizándose por mi cuerpo con ternura y agilidad, echando el freno en la espalda y sacando las uñas para hacer que me temblasen las piernas. Cómo contenerme a repetir tus mismos movimientos imaginando que mis dedos son los tuyos y el vapor no es otra cosa que tu aliento sobre mi piel, que sonríes sin quererlo y tu voz enmudece ante el ruido fluctuante.
Pedirme que detenga mis ansias por comerte es una tortura cuando, cada vez menos, conozco poco más que no sean tus costillas. Estoy segura de que mis mejillas arden, no por lo cálido de las aguas, sino por el oscuro deseo de tocarte hasta que se duerman las manos. Ya puedo sentir cómo mis pupilas se expanden y el impulso de hacerme agua recorre la electricidad de mi cuerpo. Es tan fácil dejarme llevar...
Coloco las manos encima de la cabeza y me retiro el pelo totalmente hacia detrás para que caiga como una cascada por mi espalda, como si tú pudieses ver el juego de seducción. Lo acaricio con delicadeza y deslizo las manos hasta el cuello, pasando un pulgar por encima de la tráquea, contando cada anillo hasta la unión de las clavículas. Con la misma mano, me muevo despacio hasta el hombro contrario a la par que la otra mano asciende hasta mi boca y acaricio con las yemas los labios, rematando el movimiento con un mordisco al índice mientras sonrío pícara y entrecierro los ojos. El agua baila sobre mi cuerpo y flexiono los dedos de los pies, extasiada por el poder de la mente.
Vuelvo a colocarme el pelo a dos manos y estas descienden por el cuello, con parsimonia por el centro del pecho y separándose sobre las costillas hacia los costados, deleitándome sobre las curvas de la cintura, y volviendo a juntarse a la altura de las caderas, bajando por la cara proximal de las piernas y enganchándose a mitad de los aductores para volver a subir rápido hasta el cuello.
Cierro los ojos y dejo caer la cabeza, sintiendo que 36 grados es saturación de calor en los vértices corporales. La intención de relajarme se está viniendo abajo por mis ganas de unirme contigo en un mismo elemento.
Mis manos vuelan hacia abajo de nuevo, buscando esta vez la junta de los muslos que se abren por inercia. Haciendo presión, muevo las caderas en un vaivén circular y gimo comedida. El corazón diestro se mueve rítmicamente a las órdenes del cerebro, las pupilas se desorbitan ante un espectro de naturaleza ausente. Con impaciencia, el sentido del tacto se activa sensible ante la humedad de las paredes y la toca haciendo y deshaciendo la misma trayectoria.
Una mano en la pared, una rodilla alzada, unos ojos entrecerrados y una boca entreabierta. Un todo y un nada que se coordinan para converger en un espacio reducido donde la libertad no tiene fronteras.
La posibilidad de ser, con el humo saliendo a bocanadas entre el agua crepitante, me reduce al falso presente que me envuelve y hechiza y actúo cual autómata generando pinceladas de puro placer sensorial. El tiempo se distorsiona y salta hacia delante y hacia atrás, jugando como gelatina invisible que se rompe contra la piel y la transforma hasta correr a más no poder para estrellarse contra un muro que se hace jirones.
Un seísmo sacude mi cuerpo y el agua que se cuela por el desagüe crece en cantidad a la par que el ruido rompe el silencio magistral que se encontraba escondido, las manos se alzan al frente en busca de equilibrio y, como los labios, el roce del frío azulejo entre suspiros opacos.
La cabeza vuelve al estado inerte inicial de suspensión al vacío y un destello azulado se refleja en las pupilas que enpequeñecen poco a poco, como el cuerpo: cada vez menos, más lejos, dirigidas a cualquier otra parte hasta que despiertan del stand by y miran un reflejo difuso, azulado y antropomorfo.
Entonces algo las sonríe, quizá unos dientes tallados en perla o unas agujas hechas de marfil, y se rinden ante la hermosa plenitud de esos breves instantes, decidiendo ocultarse unos segundos tras unos párpados y pestañas que transparentan la vida fluyendo acuática.
Ya queda menos.

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